miércoles, 11 de noviembre de 2009

Recuerdos del primer día

No tenía idea de qué era eso del Hall o de lo que me tocaría vivir allá. Era un niño consentido, educado en un colegio mixto, que me encantaba andar por las calles pero que no me había criado en ellas, por lo tanto era bastante inocente. En aquellos tiempos al Hall era considerado casi como un reformatorio para jóvenes problemáticos, también recibían soldados que habían concluido su sexto año y a quienes se les habían visto dotes de mando para aspirar a oficiales. En Guatemala se estaba viviendo una guerra y en lugares como éste buscaban hacernos resistentes a los rigores de la lucha. ¿Será que mamá tenía idea de en dónde me estaba metiendo?

Voy entrando por la puerta principal, peludo y vestido de civil, entre mí y el gimnasio se interpone un inmenso patio ascendente, al fondo diviso las aulas. Medio desorientado sigo a los otros compañeros de reciente ingreso, de pronto escucho que me llaman. Es Pedro Granados (un nombre inolvidable para mi) con otro de sus compinches (no recuerdo quién de ellos era). Pienso que me van a dar la bienvenida y efectivamente es así, pero no es la que esperaba. Pedro me da una manada en el estómago que me tira al suelo, jadeando sin aire. Ellos comienzan a reír. Luego me piden que me cuelgue del borde de la pared y simultáneamente, me pegan en los costados. De nuevo caigo al suelo y me pongo a llorar.

¡Bienvenido al Hall! Fue tanto el trauma que no recuerdo nada más de ese día, ni siquiera el momento en que me quitaron el pelo.

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