viernes, 13 de noviembre de 2009

Miguel Angel Lopez Jimenez


Me siento orgulloso y honrado de poder decir que conviví con Miguel Ángel por varios años. Él fue quien, al terminar primer año, ocupó el primer lugar de todo el Hall y por lo tanto ganó el derecho a llevar la bandera al año siguiente, y al terminar segundo, volvió a repetir el logro.
Miguel Ángel, como todos los superdotados, era especial. Era hijo único y sus papás más bien parecían sus abuelos (a veces me he preguntado si no sería adoptado). Era de pocas palabras, sonreía de una manera sarcástica y vestía unos uniformes que parecían corazas (nunca volví a ver a alguien que vistiera un uniforme así, sin una arruga). Aclaro, no fuimos amigos, en realidad no recuerdo si él tenía alguien cercano en el Hall.

Al terminar tercer año perdió mecanografía y con ello la posibilidad de retener la bandera. De todas formas su plan de vida era seguir en la Politécnica, así que aparte del efecto anímico, esto no tuvo consecuencias prácticas. Entró a la Politécnica y allí se encontró con una partida de resentidos que iban un año antes que él, quienes le hicieron la vida imposible, tanto que en la primera oportunidad que tuvo, ganó una beca para una Escuela Militar en América del Sur. Allá finalizó sus estudios como el primero de su promoción. Cuando regresó a Guatemala, le nombraron instructor en la Politécnica. Me lo volví a encontrar en esos días porque mi hermanito estaba estudiando allí. Y lo que no pudimos hacer cuando fuimos compañeros en el Hall, se volvió una rutina. Cada vez que llegaba a visitar a David, Miguel Ángel se aparecía por allí para que conversáramos. Era curioso, en esos tiempos era cuando estaba viviendo mi etapa de mayor antimilitarismo y él lo llevaba impregnado hasta los huesos, pero con una pequeña diferencia. Nuestras conversaciones giraban alrededor de la decepción que Miguel Ángel experimentaba sobre cómo se manejaban las cosas en el ejército de Guatemala y la falta de contacto que la institución tenía con las bases de nuestra sociedad. Ese marco de ideas que eran afines a las mías, se convirtió en el punto de partida para nuestras charlas. Miguel Ángel quería cambiar el sistema, creía en un ejército del pueblo y para el pueblo, sin prebendas ni abusos. Le fascinaba escribir y aprovechaba cada momento libre para plasmar en papel sus ideas. Pero esos escritos no merecían el beneplácito de sus superiores y pocos fueron publicados.

Uno o dos años después recibí una noticia que me impactó más que si me hubiera caído un rayo encima. Miguel Ángel había sido asesinado. La versión oficial fue que un comando guerrillero lo había emboscado a él y a varios Guardias de Hacienda que le acompañaban, en un poblado de Sololá. Ninguno sobrevivió. Asistí al entierro y presencié el dolor de su madre (no recuerdo haber visto a su padre en el funeral). Escuché las elogiosas palabras del discurso oficial lamentando tan sensible pérdida para la institución armada.Muchos años después, una fuente confiable (un militar), me confesó que la orden de asesinar a Miguel Ángel había venido del Alto Mando del Ejército, pues estaban temerosos de su línea de pensamiento. La misión fue encomendada a los Guardias de Hacienda (esto respondía a una de las mayores interrogantes, ¿por qué ellos lo estaban “acompañando” y no soldados?). Lo sacaron de la Politécnica con engaños, indicándole que tenía que cumplir una misión secreta –llevar unos papeles a un destacamento en Sololá-. Pero Miguel Ángel, sospechando algo, iba mejor armado y alerta que de costumbre y antes de morir se llevó por delante a sus asesinos.
Esta es la foto oficial de segundo A (1968) Miguel Angel está en la segunda fila, en medio, frente a la columna.

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