lunes, 30 de noviembre de 2009

Nuestra dinastía


Que lejos estaba de imaginar que, tal y como mencioné en una entrada anterior, nosotros también íbamos a tener una dinastía. Me tocó el honor de inaugurarla. Ingresé en 1967 y me gradué en 1971.


Mi primo Carlos Braulio ingresó en 1970 y se graduó en 1974, él era de la promoción 16.


Su hermano, mi primo José Humberto, ingresó en 1972, es de la promoción 18 y se graduó en la Escuela Politécnica. Actualmente, luego de una destacada carrera en el ejército, es general de brigada.


Mi hermano David Onésimo, ingresó en 1973, era de la promoción 19. También se graduó en la Escuela Politécnica como oficial de marina. Lamentablemente, en 1990, antes de cumplir 30 años, ofrendó su vida en el cumplimiento del deber.


Uno de sus hijos, José Daniel Salazar Barahona, también es graduado del Hall. Si la mente no me falla, forma parte de la promoción 42 o 43, y acabo de enterarme que el hijo de una prima, el CA Oscar Enrique Sandoval Pineda es el 53-03.


El destino nos dio esa maravillosa oportunidad de formarnos como hombres de bien, con disciplina y valores. Algo que dificilmente podriamos haber tenido de haber estudiado en otro lugar.


Con orgullo decimos que somos parte de la familia hallista.
Termino así estas memorias. Sé que hay muchisimas cosas más que se pudieron haber contado y que no alcancé a recordar. Doy mi palabra que todo lo que acá he contado es tal y como lo recuerdo. Con sus lados alegres, tristes, claros y oscuros, es un legado, y así he tratado de respetarlo.
Creo en las cábalas, me había puesto la meta de publicarlas, y hoy 30 de noviembre de 2009, estoy terminando la tarea con la satisfacción del deber cumplido.
El glorioso Instituto Adolfo V. Hall fue fundado en 1955
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Y este aprendiz de escritor, cumplió su promesa cuando tiene 55 años.

Recuerdos de la Clausura


En octubre de 1971 nos graduamos los dieciséis que habíamos iniciado quinto año. Nunca antes una promoción se había graduado completa. Esa era una de las metas que nos habíamos puesto y nos esforzamos porque tanto la Víctima (Penagos) como Nery (Oliva) salieran, a pesar que no le ponían mucho empeño a las clases.

Cuando supimos que sí nos graduaríamos, el papá de Rodolfo organizó una fiesta en su casa (ignoro si hubo otras, esa fue a la única que fui), nos dejaron beber y cantar, no hubo chicas, solo nosotros. Recuerdo que llegué bastante mareado a casa.

Aunque era de esperar, no les miento si les digo que estaba bastante nervioso porque no estaba 100% seguro que iba a ser el primer puesto de la promoción; cuando me lo confirmaron, lo compartí con mamá y ella llamó a papá para contarle. También me pidieron que dijera el discurso de despedida de la promoción, lamentablemente no me quedó copia, apenas recuerdo que comenzaba “En el constante devenir del tiempo, se ha cumplido un ciclo más…”

Del acto recuerdo poco, cuando veo las fotos está mamá, mi hermanito y papá con su cámara (es simpático, se ven dos ángulos, de un lado el fotógrafo y papá sale al fondo, y en las de papá, es el fotógrafo el que sale). Como quien dice, papá se robó el show, se veía tan orgulloso recibiendo las felicitaciones.Cuando ya estábamos uniformados de oficiales y desfilamos por última vez hacia la puerta, no pude contener el llanto. Como dicen mis hijas, fueron cinco años que marcaron mi vida, como puede leerse, estos recuerdos ocupan más de medio centenar de hojas, cada una de estas experiencias ayudó a hacerme lo que hoy soy. Aprendí de los buenos ejemplos y traté de no cometer los mismos errores que en algunos vi. Mis padres y mi hermanito compartieron orgullosamente estos momentos, unos de los pocos en los que pude soñar con que en realidad éramos una familia.

El Orador


Algo tarde pues estaba en cuarto año, descubrí mis dotes de orador, y así gané varios concursos, incluso interescolares. De esas vivencias, la que más recuerdo fue una que sucedió en el Hall, cuando estaba en quinto año, en la que nos enfrascamos en un duelo oratorio con otro compañero, cuyo nombre he olvidado, en el que la polémica despertó tanto el entusiasmo del resto de alumnos que ese gimnasio vibraba como si se hubiera estado disputando alguna final de voleibol o de fútbol de sala.

También seguí con mis dotes de escritor y poeta y entre los concursos que gané fue el del mejor pensamiento, en el certamen para el día de la madre de 1971. Mi pensamiento decía:
Madre, compendio universal de las virtudes humanas
Era para ti mamita querida.

El General Vassaux


Era el director cuando sufrí mi accidente, luego el general Arana lo nombró ministro de la defensa, estaba en ese cargo cuando nos graduamos y le pusimos su nombre a nuestra promoción. Independientemente de que apoyé al otro candidato a apadrinar a nuestra promoción (el capitán Iriarte), debo reconocer que al general Vassaux lo movían valores muy altos.

Era usual cuando hacíamos caminatas o ejercicios de campaña que los directores se asomaran en sus carros, medio bajaran la ventanilla para que les dieran el parte de novedades y luego se marcharan disfrutando de su aire acondicionado y refrescantes bebidas. Pero Vassaux era diferente. Él siempre se ponía a la cabeza y nos guiaba con el ejemplo.

Hay una foto de la graduación en donde se me ve pronunciando el discurso de despedida de la promoción y al general Vassaux secándose los ojos con su pañuelo (me encantaría poder decir que mis palabras lo conmovieron hasta las lágrimas, en conciencia pienso que sí).
El general cayó en desgracia ante los ojos de Arana por un confuso incidente que ocurrió cuando el presidente estaba de viaje y en el que una patrulla militar detuvo a su hijo mayor, el famoso Tito Arana ocupado en no se qué turbios negocios. En cuanto Arana regreso, lo destituyó y lo dieron de baja.

Como diez años después el general murió en un confuso incidente. La versión oficial es que al estar cambiando una llanta pinchada, pasó otro carro y lo atropelló. De la manera más tonta Guatemala perdió a un gran hombre y a un excelente militar.

Meza Soberanis

Observando el desempeño de Gustavo Adolfo Meza Soberanis, sargento primero efectivo y premio Coronel Carlos Castillo Armas (que se concedía al alumno que ocupaba el segundo lugar en la promoción), pocos hubieran dudado que no hubiera nacido para ser militar. Sin embargo, luego de graduarse, él decidió estudiar medicina. Qué pasó después, a qué experiencias estuvo expuesto o qué despertó su conciencia, no he llegado a saberlo.

Volví a verlo una noche de marzo de 1974, cuando el general Ríos Mont, candidato favorito para ganar las elecciones y que oficialmente había sido derrotado por el candidato oficial, llegó a la Ciudad Universitaria a pedirnos a los estudiantes que liberáramos a los miembros del consejo superior universitario que se tenían como rehenes para forzar al gobierno a un nuevo conteo de los votos. Yo estaba bastante involucrado en el movimiento universitario y si bien no participé en la toma de la rectoría, sí pertenecía al grupo que los apoyaba. El candidato derrotado nos dirigió un encendido discurso en la plaza que quedaba frente a las facultades de economía y derecho, y luego nos pidió acompañarle hasta la rectoría para solicitar la liberación de los rehenes. Íbamos hacia allá cuando ví que Gustavo Meza marchaba justo detrás del general, llevando una metralleta. No tuve oportunidad de acercarme para conversar con él.

A principios de los ochenta mi hermano (que ya era oficial del ejército y estaba destacado en las áreas de conflicto), me contó que Meza se había vuelto guerrillero y que incluso era uno de los comandantes más buscados por ellos. Me advirtió que si lo veía tuviera mucho cuidado. –Nunca anda solo y puede que nuestra gente lo esté siguiendo, lo mejor que podés hacer si lo mirás es huirle- Pareció ser un augurio. Un par de meses después, iba por la quince calle casi llegando a la cuarta avenida, cuando lo vi venir. Nunca olvidaré su cara ese día, podía leerse amargura, dolor, frustración, y tal vez resignación a un destino del que no podría escapar. Ignoro si me reconoció, porque fui cobarde y me crucé la calle. La siguiente vez que vi a mi hermano, me contó que ya habían resuelto el problema de Meza.

En 2006 hubo un escándalo al descubrirse lo que llegó a conocerse como “el archivo militar”, una serie de fichas con datos personales, muchas con fotografías, de personas sindicadas de pertenecer al movimiento popular. Los expertos indicaron que ciertas claves en las fichas daban cuenta de lo que había pasado con estos desgraciados. Entré a Internet y cuál no sería mi sorpresa que allí estaba la ficha de Meza, con la clave que identificaba a los que habían sido ajusticiados por las fuerzas del gobierno. También estaba la ficha de una muchacha de apellidos Meza Soberanis, lo que me hace suponer que era su hermana y quien corrió la misma suerte.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Anécdotas de campaña

Por lo menos dos veces al año nos llevaban de campaña a algún lugar del interior. De las aventuras que vivimos voy a narrarles tres: Cuando nos aplicaron evasión y escape, cuando fuimos a parar a un cementerio a media noche y la de la araña peluda.

En los militares el término evasión y escape rememora una de las pruebas más duras, algunos le llaman campo de prisioneros. En esencia consiste en que un grupo de “enemigos” tiende una emboscada y te captura, luego te lleva a un lugar en dónde te aplican tortura (tanto física como sicológica) para hacerte confesar datos sobre tu unidad. La prueba se pasaba con éxito si el prisionero no “cantaba” y lograba escaparse para regresar con los suyos. Se suponía que en el ejercicio se usaba violencia controlada, aunque circulaban horribles historias en las que incluso más de algún “prisionero” había muerto a causa de las torturas. Como se requiere cierto nivel de resistencia para pasarlo, normalmente te la aplican hasta que estás en último año, pero nunca te decían con anticipación cuándo iba a suceder. Nuestra promoción se había nutrido de las experiencias de las anteriores y cada vez que salíamos a alguna campaña íbamos con los nervios de punta preguntándonos si ese sería el día, el que finalmente llegó.

Estábamos, si no estoy mal, en la base de Jutiapa y nos dijeron que teníamos que salir en bus para un ejercicio de tiro en un polígono algo lejano. El bus caminaba por un camino de tierra cuando de pronto escuchamos dos explosiones (simulando minas), y un tiroteo cruzado. No recuerdo quién reaccionó y de inmediato abrió la puerta de atrás del bus, corrimos hacia allá y aunque el vehículo no se había detenido, comenzamos a tirarnos y a meternos entre los matorrales al lado del camino mientras nuestros “enemigos” corrían tras de nosotros (nuestra estrategia era que ni siquiera llegaran a capturarnos). En mi caso era tanta la desesperación que trepé una colina agarrándome de las raíces y ocultándome entre la maleza buscando poner la mayor distancia entre los captores y yo. Después de subir la colina, me escondí en una cueva que estaba del otro lado. Una vez me calmé y como no escuchaba nada, comencé a caminar en dirección a nuestro campamento base. Mi sentido de orientación no es precisamente una de mis fortalezas y esta vez no fue la excepción. Tengo la impresión que estuve dando vueltas en círculo por horas, ya que caminé desde las nueve de la mañana hasta aproximadamente las seis de la tarde, atravesé dos ríos y fui a parar entre un grupo de vacas que me persiguieron molestas por la intromisión, finalmente llegué a mi destino. Me contaron que ya estaban preparando una patrulla de rescate para irme a buscar y que el ejercicio había sido un fracaso ya que no lograron atrapar a ninguno (más vale cobarde vivo que valiente muerto, debió ser el lema de la promoción); fui el último que regresó. Un detalle que aún recuerdo con cariño fue que Carlos Braulio llegó conmigo y entregándome una cajita, me dijo –Tomá, te la guardé- Era su almuerzo y él no se lo había comido.

En otro ejercicio nos llevaron una noche al pie de una colina (en realidad era casi un pequeño volcán) y nos dijeron que el objetivo era llegar a la cima sin que nos capturaran (habían colocado a los alumnos de los otros grados en varios lugares del volcán con instrucciones de tomarnos prisioneros). Nos habíamos puesto camuflaje para quitarnos el brillo de la cara y manos y la única luz que llevábamos era una bengala que tendríamos que encender cuando estuviéramos en la cúspide. Eran las siete y nos dijeron que el ejercicio concluiría a media noche. Nos agruparon en parejas, la mía era Rodolfo Álvarez. Con Rodolfo decidimos ir despacio, dejar que las otras parejas avanzaran para que ellos distrajeran a los “enemigos” e incluso así poder saber en dónde estaban. Calculo que íbamos a medio volcán cuando comenzó a llover, era un agua helada que puso resbalosa el área y dificultaba aún más la visibilidad. En eso llegamos a un pedazo que no tenía árboles y para atravesarlo sin que nos vieran, decidimos arrastrarnos entre lodo. Estábamos a medio camino cuando Rodolfo casi pegó un grito y con gestos de espanto me señaló alrededor. Hasta entonces noté el montón de cruces que parecían salir del suelo. Estoy seguro que no fue el frío o el agua el que nos hizo estremecernos. Nos levantamos y echamos a correr hasta el otro lado sin volver la vista atrás. Seguimos avanzando despacio y al cabo de cierto tiempo ¡alcanzamos la meta! Nos pusimos de pie y encendimos la bengala, pero nadie nos aplaudió o vino a nosotros. Satisfechos por la misión cumplida, pero sorprendidos por no ver a nadie, emprendimos el regreso.

Como no llevábamos reloj ignorábamos qué hora era. Fue hasta que llegamos al campamento casi a las cuatro de la mañana, que supimos que cuando estábamos en la cima, hacía más de dos horas que todos estaban durmiendo.En otra campaña terminamos los ejercicios como a las nueve de la noche y nos dirigimos agotados hasta nuestras tiendas. Yo la estaba compartiendo con Ramirez, el sargento a cargo de la compañía. Ya nos habíamos desvestido y cada uno estaba envuelto en su poncho dispuesto a dormir cuando él me dijo –Salazar, tengo algo en el pie- Con mucho sigilo levanté su poncho y observé la araña más grande que he visto en mi vida, era peluda y negra y se movía muy despacio sobre el desnudo pie de mi compañero. Él se medio irguió y me dijo que era una de las que llaman de caballo, cuya mordida puede ser mortal. Me instruyó para que encendiera una candela y comenzara a dejarle caer la cera para obligarla a bajarse del pie. Así lo hice, aunque debo confesar que me temblaba tanto la mano que muchas veces la cera caliente le cayó en el pie a Ramirez quien haciendo acopio de paciencia, maldecía y me decía que tuviera más cuidado. Luego de un tiempo que me pareció eterno, la araña cayó a suelo. Ramirez se levantó y la puso en su gorra. Ambos salimos a mostrarla a los que estaban despiertos. Caminamos hasta otra tienda en la que vimos luz, en ella estaban Johny (Juan de Dios) y Sosa. Lo que pasó después fue para matarse de la risa.

A Juanito le agarró la sicosis de que una igual podría estar en su tienda y comenzó a sacar todo y a revisarlo minuciosamente. Incluso desarmaron la tienda. Les dio medianoche dedicados a esa tarea y él no se convencía de que sólo nosotros habíamos sido bendecidos con nuestra araña.

Mi primo Carlos Braulio

Carlos Braulio ingresó al Hall en 1970, cuando yo iniciaba cuarto año. De los cuatro primos que pasamos por sus aulas, diría que él era quien menos aptitudes tenía para la vida militar. Tal vez por lo de mi accidente, que ocurrió precisamente ese año, no pude estar todo lo cerca que debía para ayudarle a superar el año de novatada. Sólo recuerdo que una vez por poco me rompe la cara Douglas, uno de la catorce (que luego llegó a coronel), porque lo sorprendí robándole la comida a mi primo y se lo reclamé.

Mi primo logró terminar los cinco años en el Hall, pero no estuvo en el acto de graduación ya que días antes se marchó a Estados Unidos (nunca tuve claro lo que pasó). Volvió de allá quince años después, irremediablemente enfermo y sin que nosotros supiéramos que estaba en su casa, nos escuchó compartir la alegría de un fin de año, murió a los tres días. Mi tía Maruca dice que se sintió muy contento de habernos oído ese 31 de diciembre.