viernes, 13 de noviembre de 2009

Me cortaron la mano

Todavía me pregunto cómo logré aguantar el primer año del Hall. Perdí la cuenta de las veces que mamá tuvo que ir corriendo por la tarde (en ese tiempo aún teníamos dos jornadas y podíamos ir a almorzar a la casa) a presentar una excusa porque yo no me había presentado (En las tardes nos daban educación física y entrenamiento militar). Granados y sus secuaces me tenían al borde de la locura, no pasaba semana en la que me agarraran a golpes. En los recreos me escondía para que no me vieran. Más de alguna vez pensé que sólo muriendo iba a terminar el martirio. Entonces sucedió lo de la mano cortada.

Un mediodía que llegué a la casa, mamá no estaba. Aproveché para tomar una hoja de afeitar y me hice como ocho cortes en el dorso de la mano. Cuando ella llegó me encontró bañado en sangre. Como ya existía el precedente del codo, los oficiales pensaron que un antiguo me había hecho eso (y aunque a ustedes les cueste creerlo, había razones para creerlo, allí estudiaba cada sádico). De nuevo comenzaron los interrogatorios para que confesara quien me había lastimado así y les juro que me moría por decir que había sido Granados. Tuve en mis manos una oportunidad de torcer el destino, pero no me atreví, aunque tampoco confesé que había sido yo.Haciendo cuentas, calculo que al menos seis de mi promoción fueron fracturados por agresiones de los antiguos.

Gracias a Dios no murió ninguno, como había pasado con un infortunado de la promoción anterior.

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