viernes, 27 de noviembre de 2009

Anécdotas de campaña

Por lo menos dos veces al año nos llevaban de campaña a algún lugar del interior. De las aventuras que vivimos voy a narrarles tres: Cuando nos aplicaron evasión y escape, cuando fuimos a parar a un cementerio a media noche y la de la araña peluda.

En los militares el término evasión y escape rememora una de las pruebas más duras, algunos le llaman campo de prisioneros. En esencia consiste en que un grupo de “enemigos” tiende una emboscada y te captura, luego te lleva a un lugar en dónde te aplican tortura (tanto física como sicológica) para hacerte confesar datos sobre tu unidad. La prueba se pasaba con éxito si el prisionero no “cantaba” y lograba escaparse para regresar con los suyos. Se suponía que en el ejercicio se usaba violencia controlada, aunque circulaban horribles historias en las que incluso más de algún “prisionero” había muerto a causa de las torturas. Como se requiere cierto nivel de resistencia para pasarlo, normalmente te la aplican hasta que estás en último año, pero nunca te decían con anticipación cuándo iba a suceder. Nuestra promoción se había nutrido de las experiencias de las anteriores y cada vez que salíamos a alguna campaña íbamos con los nervios de punta preguntándonos si ese sería el día, el que finalmente llegó.

Estábamos, si no estoy mal, en la base de Jutiapa y nos dijeron que teníamos que salir en bus para un ejercicio de tiro en un polígono algo lejano. El bus caminaba por un camino de tierra cuando de pronto escuchamos dos explosiones (simulando minas), y un tiroteo cruzado. No recuerdo quién reaccionó y de inmediato abrió la puerta de atrás del bus, corrimos hacia allá y aunque el vehículo no se había detenido, comenzamos a tirarnos y a meternos entre los matorrales al lado del camino mientras nuestros “enemigos” corrían tras de nosotros (nuestra estrategia era que ni siquiera llegaran a capturarnos). En mi caso era tanta la desesperación que trepé una colina agarrándome de las raíces y ocultándome entre la maleza buscando poner la mayor distancia entre los captores y yo. Después de subir la colina, me escondí en una cueva que estaba del otro lado. Una vez me calmé y como no escuchaba nada, comencé a caminar en dirección a nuestro campamento base. Mi sentido de orientación no es precisamente una de mis fortalezas y esta vez no fue la excepción. Tengo la impresión que estuve dando vueltas en círculo por horas, ya que caminé desde las nueve de la mañana hasta aproximadamente las seis de la tarde, atravesé dos ríos y fui a parar entre un grupo de vacas que me persiguieron molestas por la intromisión, finalmente llegué a mi destino. Me contaron que ya estaban preparando una patrulla de rescate para irme a buscar y que el ejercicio había sido un fracaso ya que no lograron atrapar a ninguno (más vale cobarde vivo que valiente muerto, debió ser el lema de la promoción); fui el último que regresó. Un detalle que aún recuerdo con cariño fue que Carlos Braulio llegó conmigo y entregándome una cajita, me dijo –Tomá, te la guardé- Era su almuerzo y él no se lo había comido.

En otro ejercicio nos llevaron una noche al pie de una colina (en realidad era casi un pequeño volcán) y nos dijeron que el objetivo era llegar a la cima sin que nos capturaran (habían colocado a los alumnos de los otros grados en varios lugares del volcán con instrucciones de tomarnos prisioneros). Nos habíamos puesto camuflaje para quitarnos el brillo de la cara y manos y la única luz que llevábamos era una bengala que tendríamos que encender cuando estuviéramos en la cúspide. Eran las siete y nos dijeron que el ejercicio concluiría a media noche. Nos agruparon en parejas, la mía era Rodolfo Álvarez. Con Rodolfo decidimos ir despacio, dejar que las otras parejas avanzaran para que ellos distrajeran a los “enemigos” e incluso así poder saber en dónde estaban. Calculo que íbamos a medio volcán cuando comenzó a llover, era un agua helada que puso resbalosa el área y dificultaba aún más la visibilidad. En eso llegamos a un pedazo que no tenía árboles y para atravesarlo sin que nos vieran, decidimos arrastrarnos entre lodo. Estábamos a medio camino cuando Rodolfo casi pegó un grito y con gestos de espanto me señaló alrededor. Hasta entonces noté el montón de cruces que parecían salir del suelo. Estoy seguro que no fue el frío o el agua el que nos hizo estremecernos. Nos levantamos y echamos a correr hasta el otro lado sin volver la vista atrás. Seguimos avanzando despacio y al cabo de cierto tiempo ¡alcanzamos la meta! Nos pusimos de pie y encendimos la bengala, pero nadie nos aplaudió o vino a nosotros. Satisfechos por la misión cumplida, pero sorprendidos por no ver a nadie, emprendimos el regreso.

Como no llevábamos reloj ignorábamos qué hora era. Fue hasta que llegamos al campamento casi a las cuatro de la mañana, que supimos que cuando estábamos en la cima, hacía más de dos horas que todos estaban durmiendo.En otra campaña terminamos los ejercicios como a las nueve de la noche y nos dirigimos agotados hasta nuestras tiendas. Yo la estaba compartiendo con Ramirez, el sargento a cargo de la compañía. Ya nos habíamos desvestido y cada uno estaba envuelto en su poncho dispuesto a dormir cuando él me dijo –Salazar, tengo algo en el pie- Con mucho sigilo levanté su poncho y observé la araña más grande que he visto en mi vida, era peluda y negra y se movía muy despacio sobre el desnudo pie de mi compañero. Él se medio irguió y me dijo que era una de las que llaman de caballo, cuya mordida puede ser mortal. Me instruyó para que encendiera una candela y comenzara a dejarle caer la cera para obligarla a bajarse del pie. Así lo hice, aunque debo confesar que me temblaba tanto la mano que muchas veces la cera caliente le cayó en el pie a Ramirez quien haciendo acopio de paciencia, maldecía y me decía que tuviera más cuidado. Luego de un tiempo que me pareció eterno, la araña cayó a suelo. Ramirez se levantó y la puso en su gorra. Ambos salimos a mostrarla a los que estaban despiertos. Caminamos hasta otra tienda en la que vimos luz, en ella estaban Johny (Juan de Dios) y Sosa. Lo que pasó después fue para matarse de la risa.

A Juanito le agarró la sicosis de que una igual podría estar en su tienda y comenzó a sacar todo y a revisarlo minuciosamente. Incluso desarmaron la tienda. Les dio medianoche dedicados a esa tarea y él no se convencía de que sólo nosotros habíamos sido bendecidos con nuestra araña.

1 comentario:

  1. http://www.war-stories.com/images/mcginley-05.jpg
    alli en un ejercicio de la EP en el ultimo año
    los pisados de elteniente gozales y el tniente Castro no s isieron correr de esos joputos del
    cobra
    yo wstoy abajo arriba mio mi cuaz Gonzales Castro mi otro cuaz Lopez Salguero y el sargento winchester alias el gringo.


    http://images.suite101.com/872895_com_800pxopera.jpg
    en esta otra foto me toco de radio como costaba usar esa mierda me conformo con raspahielos ayi se parecia asalguero mas de cerca y el medico lancho por que el ano te plancho mi buen cuate...

    ResponderEliminar